Tiene razón la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Louise Albour, al concluir que Guatemala “está desconsolada ante las numerosas promesas incumplidas” por la administración estatal.
Al finalizar la visita local de evaluación destacó que los guatemaltecos estamos inmersos en la inseguridad y la impunidad, por lo cual vivimos en el país más violento de la región.
Sometida a una larga serie de gobiernos dictatoriales, Guatemala no ha sido un país con una tradición cultural de respeto a los Derechos Humanos. Hasta hace algunos años, se perseguía a quienes hablaban de Derechos Humanos, pues aquellos gobiernos, autoritarios y poco ilustrados, atribuían equivocadamente su invocación a sectores políticos opositores, en tanto que la gran mayoría de nuestra población, acaso por su lamentable subdesarrollo cultural, desconocía casi totalmente las calidades que le son inherentes, como un legado histórico de la humanidad.
Los Derechos Humanos nacen con la humanidad misma, con su mensaje irrebatible de que todos los seres somos iguales, que nadie es superior a otro y que tenemos un derecho inalienable a que se respete nuestra vida y nuestra persona, nuestra libertad y nuestra dignidad. Sus normas aparecen en documentos trascendentales como la Biblia, el Corán y el Talmud, la Carta Magna de Inglaterra de 1215, la Declaración del Buen Pueblo de Virginia de 1776 y, fundamentalmente, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada por la Asamblea Nacional Francesa en 1789.
Existen derechos fundamentales que el hombre posee solo por el hecho de ser hombre, por su propia naturaleza. Derechos que le son propios y que, lejos de nacer de una concesión de la sociedad política, han de ser consagrados y garantizados por esta. No obstante, el respeto a los Derechos Humanos ha encontrado una gran resistencia, en todo tiempo y lugar.
Con tales antecedentes, constituyó un notable avance social que la Asamblea General de la ONU, reunida en París, el 10 de diciembre de 1948, aprobara la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y es que con este instrumento nace una época en que las garantías individuales tienen un reconocimiento universal. Ya no se trata de proteger a los ciudadanos de un estado determinado, sino a todos los seres humanos. Y pone en marcha un proceso en el cual, los Derechos Humanos tienden a ser protegidos, particularmente contra los funcionarios estatales que los violan.
El resultado del análisis de la comisionada Albour es lamentable y vergonzoso para los guatemaltecos, aunque no nos sorprende, pues, tan triste realidad la vivimos cada día. |
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