lunes, octubre 22, 2007

Ni Revolución Francesa, ni Día del Guerrillero

Quien no conoce su historia no puede asumirla.

Marcela Gereda /elPeriódico


Pregunto a una chica de último año de bachillerato del colegio Metropolitano, si conoce qué celebramos los guatemaltecos el “20 de octubre”. “Creo que se celebra el Día del Guerrillero”, responde.

Otra chica de 22 años, de la aldea Buena Vista, Jutiapa, pregunta: “Marce, ¿por qué hay feriado el 20 de octubre?”, antes de responder, le devuelvo su pregunta, a lo que me contesta: “Creo que porque es el día de la Revolución Francesa”.

Un país que no conoce su historia no puede asumirla, ni transformarla. No podemos sentir orgullo de lo que desconocemos. Un pueblo que ignora su pasado y es ciego a lo que ha pasado y pasa en Guatemala no puede identificarse con la construcción de la nación.

Entre nulas políticas educativas para aprender qué y quién es Guatemala hoy en el contexto de globalización neoliberal y una ceguera estratégica de los criollos por prolongar la cultura e ideología colonial de esta “república bananera”, los guatemaltecos desconocemos qué hemos sido y qué somos, de ahí que no haya sentido de pertenencia, que la historia no opere como elemento de cohesión y que no haya un proyecto de interés nacional. Debiera darnos en qué pensar que las chicas antes mencionadas sepan quién es Carlos Peña y no tengan idea quién fue María Chinchilla.

La historia que se ha venido enseñando de Guatemala es una historia vertical, legitimadora de un sistema de dominación. Se hace cada vez más necesario que el Estado guatemalteco establezca una versión oficial de la historia de Guatemala, para comprender por qué somos como somos, y por qué las cosas están como están.

El “20 de octubre” celebramos el 63 aniversario del fin de la dictadura de Ubico y Estrada Cabrera. Conmemoramos el final de una historia sombría. Aplaudimos que fue una revolución en las manos de jóvenes, maestros, obreros que buscaban acabar con la explotación y la miseria. Esa revolución marcó a Guatemala, porque las ideas libertarias y revolucionarias del pueblo fueron un derroche de luz ante una época oscura.

Sin embargo, el historiador guatemalteco Arturo Taracena en su lúcido estudio Etnicidad, Estado y Nación, 1944-1985, con gran responsabilidad ética y política, apunta cómo en la Revolución de octubre de 1944 y la “nueva Guatemala” las luchas cívicas por poner el fin de la dictadura ubiquista dejaron inmensas secuelas en la sociedad guatemalteca en materia de relaciones interétnicas, mostrando el desfase entre la decisión política de ruptura con el régimen liberal, imperante en el país desde 1871, y la incapacidad del Estado por asumir una ruptura con la ideología heredada en lo relativo a las relaciones interétnicas”. Es decir que aunque se buscó transformar estructuras, no se salió de la lógica racista y segregadora.

Con todo y sus secuelas, celebramos la búsqueda de la libertad humana. Lo que no celebramos es que la intervención yankee del 54 y la oligarquía guatemalteca hayan vuelto a imponer su lógica feudal, tras “los diez años de primavera en el país de la eterna tiranía”.

Hace unos días, mi hermano me enseñaba una revista con fotografías en blanco y negro y noticias de la Revolución de Octubre. Se hizo un pequeño inmenso silencio entre nosotros viendo a aquella juventud encendida y esperanzada en transformar el mundo de allí y entonces. No es soñar con las nostalgias del pasado, sino el deseo y necesidad colectiva y vigente de la democracia radical.
No celebramos el 20 de octubre por “la Revolución Francesa”, ni por “el Día del Guerrillero”.

Celebramos el 20 de octubre como una manera de recordar el pasado para dotar de sentido elpresente en la lucha y construcción de la libertad y la igualdad. Rememoramos a nuestros compatriotas que le apostaron a lucha contra la miseria y la explotación, lo cual nos recuerda que hay aún ciertas tareas pendientes, que no debemos resignarnos a vivir sin compartir el dolor que ayudamos a producir. Sesenta y tres octubres más tarde, un mismo lugar, un mismo deseo, una misma necesidad: somos y no somos los de ayer pidiendo a gritos la igualdad y la libertad.

La revolución olvidada


Por José Barnoya
jbarnoya@sigloxxi.com

Se dice que los jóvenes que recién llegan a la mayoría de edad, son así por la sencilla razón de que no vivieron los años de la guerra ni los años de las dictaduras militares. Nosotros, no vivimos los años violentos de la Conquista, ni sufrimos la dictadura de Estrada Cabrera, y sin embargo sabemos lo que fueron esos períodos tormentosos. Los nuevos ciudadanos de hoy no saben nada del pasado porque no se lo han enseñado los tatas ni los maestros ni tampoco les interesa.

Esa es la razón por la que cada 20 de octubre escribo — con tozudez de viejo— sobre los sucesos de 1944.

Eran las seis y diez de la tarde cuando del parque Colón llegó la gritería. Entre la vocinglería se escucharon los gritos aguardentosos: ¡Viva Ponce…viva Ponzo…viva mi General! Eran los partidarios de Ponce Vaides; igualitos a los que traen siempre los políticos, engañados con falsas y cínicas promesas.

Eran casi las dos de la mañana del 20 de octubre, cuando el viejo empezó a pomponear la puerta de los cachivaches en donde yo dormía desde que ingresé al Instituto Central.

Ya mis hermanas se regocijaban con el estallar de lo que creían eran bombas que provenían de Santo Domingo en honor a la Patrona del Rosario. Cuando nos dimos cuenta de que eran cañonazos de a de veras, dirigidos hacía Matamoros, empezamos a colocar colchones meados para proteger los balcones de la vieja casa. Con el amanecer llegaron a través de la radio, las marchas militares que preludiaban la alborada revolucionaria.

Eran las tres de la tarde cuando traspuse el portón de bronce del Instituto Central de Varones. Los muchachos de último año rechinan las botas sobre el embaldosado y martillan los fusiles que ya no están al servicio de la dictadura.

Después de hacer fila con varios compañeros de primer año, me presenté ante un grupito de shecas que ya integraban la Guardia Cívica. Cuando me vieron de pies cabeza: los brazos escuálidos, las rodillas juntas y los pies planos, me rechazaron de inmediato. “Vos patojo —espetó sonriente el Pizote Solís— estarás mejor dirigiendo el tránsito, ya que no hay policías”.

Regresé a casa sólo para encasquetarme la camisa y el pantalón caqui del uniforme Scout. Como no tenía silbato, saqué de la gaveta de la mesa de noche, el mismo pito de agua que servía para las Posadas y así llegué hasta la encrucijada de la 8a. calle y 9a. avenida, encaramándome en un cajón de policía protegido por una sombrilla desteñida.

Eran las cinco de la tarde cuando desde mi cajón de policía, atisbé a una patrulla de soldados. Suponiendo que eran revolucionarios, les grité entusiasta: “¡Viva la Revolución!”. El comandante, con una bandera blanca de rendición, respondió airado: “¡Tu madre patojo revoltoso!”.

Eran las seis de la tarde cuando escuché por la radio que Toriello, Árbenz y Arana habían tomado el poder a nombre del pueblo.

Fuente: www.sigloxxi.com

miércoles, octubre 10, 2007

Yo tuve un hermano


Julio Cortázar

Yo tuve un hermano
no nos vimos nunca
pero no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.

Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua.

Camine de a ratos
cerca de su sombra
no nos vimos nunca
pero no importaba.

Mi hermano despierto
mientras yo dormía.
Mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.

Che Comandante

Nicolás Guillén

No porque hayas caído
tu luz es menos alta.
Un caballo de fuego
sostiene tu escultura guerrillera
entre el viento y las nubes de la Sierra.
No por callado eres silencio.
Y no porque te quemen,
porque te disimulen bajo tierra,
porque te escondan
en cementerios, bosques, páramos,
van a impedir que te encontremos,
Che Comandante,
amigo.

Con sus dientes de júbilo
Norteamérica ríe. Mas de pronto
revuélvese en su lecho
de dólares. Se le cuaja
la risa en una máscara,
y tu gran cuerpo de metal
sube, se disemina
en las guerrillas como tábanos,
y tu ancho nombre herido por soldados
ilumina la noche americana
como una estrella súbita, caída
en medio de una orgía.
Tú lo sabías, Guevara,
pero no lo dijiste por modestia,
por no hablar de ti mismo,
Che Comandante,
amigo.

Estás en todas partes. En el indio
hecho de sueño y cobre. Y en el negro
revuelto en espumosa muchedumbre,
y en el ser petrolero y salitrero,
y en el terrible desamparo
de la banana, y en la gran pampa de las pieles,
y en el azúcar y en la sal y en los cafetos,
tú, móvil estatua de tu sangre como te derribaron,
vivo, como no te querían,
Che Comandante,
amigo.

Cuba te sabe de memoria. Rostro
de barbas que clarean. Y marfil
y aceituna en la piel de santo joven.
Firme la voz que ordena sin mandar,
que manda compañera, ordena amiga,
tierna y dura de jefe camarada.
Te vemos cada día ministro,
cada día soldado, cada día
gente llana y difícil
cada día.
Y puro como un niño
o como un hombre puro,
Che Comandante,
amigo.

Pasas en tu descolorido, roto, agujereado traje de campaña.
El de la selva, como antes
fue el de la Sierra. Semidesnudo
el poderoso pecho de fusil y palabra,
de ardiente vendaval y lenta rosa.
No hay descanso.
¡Salud, Guevara!
O mejor todavía desde el hondón americano:
Espéranos. Partiremos contigo. Queremos
morir para vivir como tú has muerto,
para vivir como tú vives,
Che Comandante,
amigo.

Che

Samuel Feijoó

Sobrio, tranquilo y tajante,
Así, se levantaba, andaba
latía.
Ni un solo instante se perdió en flojeras,
nimiedades, jactancias, quejas.
Ni una solo vianda
arrimo a su plato
con su propia mano en la cena de todos.
Era la justicia, sonreída y firme.
Así, solo se ha visto.
así.
jamas tendra su noche en la memoria.
Retornará como los huracanes y los rayos,
todo encendido como era
y es, en la justícia,
y abatira a los cuervos y a las fieras,
sangrientas águilas.
No haya duelo por él, ganó la llamarada
del que se ofrenda entero.
Todos los apaleados del mundo
lo entienden, lo besan, lo sujetan: héroe,
sin esperar más gloria que el futuro
alegre. No haya duelo.
Su victoria es la nuestra; no cejamos:
siglo tras siglo.

Che

Mario Benedetti

Lo han cubierto de afiches / de pancartas
de voces en los muros
de agravios retroactivos
de honores a destiempo

lo han transformado en pieza de consumo
en memoria trivial
en ayer sin retorno
en rabia enmbalsamada

han decidido usarlo como epilogo
como ultima thule de la inocencia vana
como anejo arquetipo de santo o satanas

y quizas han resuelto que la unica forma
de desprenderse de El
o dejarlo al garete
es vaciarlo de lumbre
convertirlo en un heroe
de marmol o de yeso
y por lo tanto inmovil
o mejor como mito
o silueta o fantasma
del pasado pisado

sin embargo los ojos incerrables del che
miran como si no pudieran no mirar
asombrados tal vez de que el mundo no entienda
que treinta anos despues siga bregando
dulce y tenaz por la dicha del hombre.

Hasta siempre Comandante

Carlos Puebla

Aprendimos a quererte
desde la histórica altura
donde el sol de tu bravura
le puso un cerco a la muerte.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Tu mano gloriosa y fuerte
sobre la historia dispara
cuando todo Santa Clara
se despierta para verte.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Vienes quemando la brisa
con soles de primavera
para plantar la bandera
con la luz de tu sonrisa.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Tu amor revolucionario
te conduce a nueva empresa
donde esperan la firmeza
de tu brazo libertario.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

Seguiremos adelante
como junto a ti seguimos
y con Fidel te decimos:
hasta siempre Comandante.

Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia
Comandante Che Guevara.

(1965)

Esta canción fue compuesta poco de después de conocerse la carta de despedida del Che.