En la mañana de ayer, los rumores sobre las palabras o más bien palabros que le profirió el simpático Materazzi al bueno de Zidane llenaban periódicos de todo el mundo. Incluso se decía que los más prestigiosos diarios deportivos andaban a la caza de algún talentoso lector de labios para descriptar los morros del italiano. Algunos, que de tanto mirar se han quemado la córnea en la pantalla del televisor, aseguran que el azzurro le mentó la madre al bleu, y que no contento con ello le hizo mención poco amable de sus orígenes norteafricanos, kabiles, para más señas, aunque probablemente, y esto no es más que un prejuicio, a Materazzi no le da para poseer conocimientos muy amplios y precisos sobre el pueblo bereber. El caso es que el hijo del pastor de cabras kabil se agarró un calentón mundial y despidió su carrera deportiva con un cabezazo que quedará por sécula seculórum en los anales, y en los rectales, del deporte del balompié. Y no es cuestión de justificar la violencia en fútbol o fuera de él, que exégetas más habilidosos ya hay para ponerle todas las acotaciones del mundo a la ética y a su prima la moral cristiana, y ejemplos en este planeta Tierra no faltan. Pero el gesto de Zidane, de ser cierto el comentario racista de Materazzi, aunque tenga poco de caballeroso, tiene mucho de digno. Tan digno como dignidad expresaban aquellos que hicieron arder las banlieux parisinas hace algunos meses, tan digno como el dedo en los labios de Patrick Vieira mandando callar al darwiniano Luis Aragonés, tan digno como las protestas que se han organizado en Rabat para recibir al ministro francés de Interior Nicolás Sarkozy, impúdico autor de una ley de inmigración que de haber existido hace cuarenta años hubiera condenado al padre de Zidane a seguir cuidando cabras en tierras de Kabilia. El domingo Zidane logró una triple victoria mediática, social y humana: dejar en un segundo plano a la campeona del Mundial, hacer ver que Francia es poquita cosa sin su inmigración, y demostrar que, por encima de las mitomanías del fútbol, “Zizou” es simplemente el hijo de un pastor de cabras, un tipo que ha hecho fortuna pateando un balón y que como cualquier ser humano puede un día perder la cabeza. Tres victorias de un único e innoble testarazo. Toda una contradicción ejemplarizante.
miércoles, julio 12, 2006
La triple victoria de Zidane
Iñaki Lekuona
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario