Andrés Cabanas
La modificación de la actitud negativa y pesimista de los guatemaltecos se presenta como apuesta estratégica y solución para los problemas del país. Las exhortaciones regulares de funcionarios de gobierno, las campañas publicitarias, el pulgar reiteradamente enfocado hacia el cielo del presidente Oscar Berger, entre otras acciones, invitan a transformar hábitos y conducta: valorar lo positivo, ser optimistas, tomar la iniciativa, ver el vaso de la patria (hoy quebrado) medio lleno de agua. Cualquier proyecto se puede desarrollar, nos dicen, a partir de una actitud diferente.
No debe dolernos reconocer lo evidentemente negativo de nuestras percepciones y conductas: cierto grado de pasividad y apatía, desencanto, dificultad en reconocer los logros de otros, insolidaridad, individualismo. Asimismo, son positivas las propuestas que pretenden modificar lo anterior por sus complementos o contrarios: solidaridad, colectivo, iniciativa, desinterés, pro actividad (aunque esta tarea corresponde más a psicólogos, educadores, familia y medios de comunicación que al Presidente del Gobierno). No obstante, el problema surge cuando se reducen las causas de nuestros males a razones de actitud, por negativa que ésta sea.
En primer lugar, cuando nuestra "negatividad" se analiza al margen de injusticias y explotación histórica: "Hay una psicología de resentimiento que perdura por supervivencia del espíritu de la Colonia. Hemos sido un pueblo pateado, escarnecido, aherrojado. No pueden sorprendernos estos traumas psíquicos, dada nuestra infelicidad que agregó, al primitivo pavor cósmico, el pavor del infierno y el diablo, traído por los misioneros, y el pavor manante de la decapitación de la vida indígena en todas sus formas" afirma Luís Cardoza y Aragón en "Guatemala: las líneas de su mano".
En segundo lugar, cuando se hace abstracción del pasado reciente de violencia y sus consecuencias sobre la desarticulación social y la inanidad de la existencia: "El silencio se impuso como una nueva ley de vida. Muchos adquirieron las habilidades de "no ver" y "no hablar" (.) La vida comunitaria y la identidad de las personas sufrieron embates de tal magnitud que marcan definitivamente un punto de inflexión en las historias personales, locales y regionales, y en la historia del país. El futuro del país será construido por hombres y mujeres que fueron niños durante el enfrentamiento y que en innumerables casos perdieron a padres y madres, abuelos y hermanos" reseña el documento Memoria del Silencio, de la Comisión de Esclarecimiento Histórico.
En fin, el problema se presenta cuando se omiten la injusticia económica, la miseria y la desigualdad como determinantes de estados de ánimo y conductas. Es decir, cuando los modos de dominación y la cultura política de las elites guatemaltecas no forman parte del análisis de problemas y remedios. El nicaragüense Andrés Pérez Baltodano plantea idéntica disyuntiva en el caso de su país: "La práctica política nicaragüense se ha orientado casi siempre dentro de una perspectiva pragmática-resignada". Esto tiene que ver, para el autor, con "la forma en que las elites nicaragüenses han "pensado" el desarrollo histórico del país".
En este sentido, tan importante como ver el vaso medio vacío o medio lleno, es conocer qué porcentaje de agua corresponde a cada guatemalteca y guatemalteco, dónde está situado ese vaso, cuánto cuesta el agua que bebemos, de quién es la propiedad del agua y la propiedad del vaso: el reparto de la riqueza como factor que por una parte explica actitudes de hoy y, por otra, puede desembocar en un nuevo paradigma: desde "la resignación a la ciudadanía" (Baltodano).
De lo contrario, se corre el riesgo de soslayar y evitar enfrentar nudos de nuestra vida política, económica y social (determinantes de nuestro pesimista subdesarrollo): algunos tan antiguos como la estructura de la propiedad (reforma agraria), otros recientes como el incumplimiento y falta de desarrollo de los Acuerdos de Paz (a pesar de declaraciones diplomáticas y leyes marco) y unos pocos inmediatos como las consecuencias de Stan y la amenaza de hambruna por destrucción de cosechas y área cultivable.
Pero aceptemos el reto, aún si lleva aparejada la necesidad de exhibir una poco espontánea sonrisa y un pulgar levantado artificialmente. Procuremos ser positivos y hagamos un trato. Alabemos las acciones buenas del gobierno, aunque a veces sea tan difícil encontrarlas como aguja en un pajar. Reconozcamos las escasas políticas de estado entre tantas iniciativas de partido. Creamos que, ahora sí, los Acuerdos de Paz van a desarrollarse. Asumamos que está cercano el fin del racismo. Felicitémonos por la siembra inmediata de sesenta millones de árboles. Celebremos la llegada de la CICIACS (Comisión de Investigación de Cuerpos Ilegales y Aparatos Clandestinos de Seguridad) y el inicio del fin del Estado paralelo. Perdonemos algunos -muchos- errores bien intencionados. Demos paso a los peatones en los inexistentes pasos cebra (imaginemos que existen pasos cebra). Manejemos por la derecha y adelantemos por la izquierda, etc. etc.
A cambio, esperaríamos de nuestras elites políticas y económicas el reconocimiento de su responsabilidad y sus desafíos en la conformación de una nueva mentalidad optimista. En palabras de la periodista nicaraguense Sofía Montenegro, esperaríamos un "quiebre cultural" y la "ruptura de los círculos de reproducción del orden tutelar". En concreto: transformaciones estructurales en el modo de hacer política, el modelo de desarrollo, la lógica de acumulación, el pago de impuestos, el reparto de la riqueza y la conformación de un Estado diverso y plurinacional. Entonces sí, diremos sin vacilación que el vaso está comenzando a llenarse.
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