miércoles, junio 25, 2008

La tragedia de los pobres


Por Marielos Monzón - Guatemala, 25 de junio de 2008

Llegan las lluvias, y con ellas, las tragedias. Muertos, heridos y desaparecidos como consecuencia de deslaves, derrumbes y aludes. Las víctimas siempre son las mismas: hombres, mujeres, niños y niñas de las villas de miseria de la capital y las comunidades rurales más empobrecidas.

Su gran pecado: vivir a orillas de los ríos en lugares de alto riesgo, habitar en casas hechas de lámina y cartón en los barrancos, o trabajar como “guajeros” en el basurero. Todo tiene un común denominador: la pobreza en la que vive el 80% de la población del país. La miseria trae cotidianamente tremendos problemas; sin embargo, en el invierno guatemalteco se vuelve más cruel, porque la vulnerabilidad se paga con la muerte.

Pero en este país, y en esta misma ciudad, se vive también de otra manera, y los problemas del invierno son también otros. Las piscinas que se ensucian con el agua constante, los automóviles que recién lavados se llenan de lodo al transitar por las calles, los fines de semana en los que usualmente se disfruta de la casa del “puerto”, arruinados por los chaparrones. ¡Ala, qué horrible tanta agua!

Mientras hay niños que duermen tranquilos en sus camas, bien abrigados y protegidos, hay otros, la gran mayoría, que lo hacen hacinados, entre goteras y retumbos; solo esta semana varios de ellos murieron ahogados por el lodo mientras dormían en sus casas de cartón. ¿Es que la suerte de vivir o morir durante un invierno depende de haber nacido en una familia acomodada o en una pobre? ¿Es que la protección integral a la niñez, garantizada en la Constitución y las convenciones internacionales, depende de la cantidad de billetes que los padres tengan en sus bolsillos? En Guatemala parece que sí.

Las escenas de rescate de los cuerpos sin vida de estos pequeños, que transmiten los noticieros de televisión, o las fotografías publicadas por los diarios deberían ser suficientes para conmover a cualquiera con un mínimo de conciencia. Pero aquí hay muchos que por lo visto no tienen conciencia, y por eso no les remuerde. Digo esto porque el problema fundamental en este país se llama desigualdad, provocada por un sistema en el que unos cuantos viven bien a costa de la desgracia de la gran mayoría. La acumulación de la tierra y la riqueza en manos de unos pocos trae consecuencias palpables: las vemos todos los días en estas imágenes. No se trata de un discurso vacío producto de mentes calenturientas de la izquierda: aquí la gente se muere todos los días por las condiciones miserables en las que vive, y la única forma de evitar estas muertes es cambiar las condiciones materiales que las producen.

¡Ah, pero no! ¿A quién se le ocurre atentar contra el sacrosanto derecho a la propiedad privada y pedir que en las grandes extensiones de tierra —del campo y la ciudad— se construyan complejos de vivienda popular para sacar del peligro a miles de familias? ¿A quién se le ocurre ordenar la siembra de granos básicos que garanticen la soberanía y seguridad alimentaria de la población, disminuyendo en 10% las ganancias millonarias de los terratenientes? ¿A quién se le ocurre promover una reforma tributaria que brinde al Estado algunos recursos adicionales para la inversión social, que posibilite siquiera apoyar en alguna medida el combate de la muerte por pobreza?

Y mientras unos disfrutan el sonido de la lluvia porque les ayuda a dormir, otros —los más— no pegan un ojo, para salir corriendo y salvar la vida, que es lo único que tienen. Al final qué importa, si la pita se rompe siempre por el lado más delgado.

Fuente: www.prensalibre.com.gt

albedrio.org

miércoles, abril 09, 2008

El tamaño del infierno

Por Marcelo Zlotogwiazda

En el mundo hay mucha pobreza y, para peor, creciente: en los veinte años que transcurrieron hasta el 2001, la población que vive con menos de 2 dólares diarios aumentó en 285 millones y llegó a 2735 millones de personas, de los cuales 1100 millones viven con menos de un dólar, todo de acuerdo con datos del Banco Mundial, recogidos en un interesantísimo trabajo que acaba de publicar la consultora platense KP & M. Para colmo, parece ser que el crecimiento económico por sí solo está perdiendo potencia como causa de la disminución de la pobreza extrema. La Organización Internacional del Trabajo señaló en su último informe global que, a pesar del apreciable 4,7 por ciento de crecimiento que hubo en la economía mundial en el 2005, sólo 14,5 millones de personas pudieron salir de la pobreza extrema y lograron superar la línea de un dólar al día por persona.

En contraste con la pobreza, la concentración del ingreso mundial es cada vez mayor. En el mencionado estudio de la consultora que dirige Alejandro Marcó del Pont, se advierte que la participación de las siete tradicionales potencias (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Italia, Canadá y Francia) en el Producto Bruto mundial pasó de 59 por ciento en 1970 a 65 por ciento en el 2004. Si se observa lo mismo desde abajo, se ve que mientras hace veinte años el ingreso per cápita de los países del Africa Subsahariana y Meridional (la región más pobre del mundo) equivalía al 3,1 del ingreso per cápita de los países más ricos del planeta, la proporción se redujo a menos del 2 por ciento.

El trabajo ilustra la terrible y peligrosa desigualdad con dos sencillos ejemplos. Por un lado sostiene: “En 1970, la diferencia existente entre el ingreso per cápita del país más rico (Estados Unidos) y el más pobre (Bangladesh) era de 88 veces. En el 2004, la diferencia entre Luxemburgo (62.988 dólares de ingreso per cápita) y Sierra Leona (548 dólares) es de 114 veces”. La segunda comparación revela que la riqueza de los primeros diez magnates –con Bill Gates a la cabeza– del ranking que elabora la revista Fortune es igual al Producto Bruto de los 48 países más pobres del planeta, donde (sobre)viven 540 millones de personas. Mezclando los datos de otra manera se llega a que los 254 mil millones de dólares que poseen los diez mayores es más o menos lo mismo que el presupuesto anual de los 1100 millones de personas que reciben menos de un dólar por día.

Es probable que el extraordinario crecimiento que tuvo China en el último quinquenio, con la masiva incorporación de gente al sistema de producción capitalista y urbana, haya atenuado las cifras absolutas de pobreza y pobreza extrema. De hecho, las últimas estadísticas disponibles muestran que la cantidad de chinos que viven con menos de 2 dólares diarios cayó de 860 millones en 1981 a 600 millones en el 2001. No obstante, habría que dar por cierto que lo anterior no excluye sino que convive con un proceso de mayor desigualdad, por la sencilla razón de que el reparto de la modernización fue muy desparejo. Para tener una idea aproximada valen los siguientes tres datos: 1) el consumo de diamantes por parte de los chinos representa un mercado de 17 mil millones de dólares por año; 2) China es uno de los países donde más está creciendo la venta de Mercedes-Benz, Porsche, BMW y los modelos de lujo de Honda (ya superó a Alemania como tercer fabricante mundial de automóviles); y 3) en algunos municipios del gigante asiático se crearon unidades policiales para cuidar exclusivamente a ejecutivos. Seguramente entre ellos muchos ejecutivos que, como indica el trabajo de KP & M, son de “las empresas extranjeras que se quedan con la mayor parte de las ganancias generadas, mientras que China se queda con los magros beneficios salariales de la globalización, pero no con las ganancias de la globalización. Así lo cree también Dong Tao, economista de la Unión de Bancos Suizos en Hong Kong: “De una muñeca Barbie que se vende a 20 dólares, China percibe 35 centavos”.

Por supuesto que mucho peor es la situación de los pobres del Africa, que no reciben ninguno de los frutos de la globalización. La huida migratoria que por ahora Europa puede frenar es la consecuencia más notoria de ese drama.

El informe aludido se interroga por el tamaño del infierno terrenal, y concluye: “Luego de esta mirada al mundo, las magnitudes del infierno parecerían fáciles de determinar. El planeta tiene 148,94 millones de kilómetros de tierra y unas 6527 millones de personas, de las cuales, al menos el 60 por ciento se encuentra en situación delicada. Por lo que suponemos que unos 114,68 millones de kilómetros conformarían el infierno, un 77 por ciento de la superficie de la Tierra”. Cabe preguntarse qué va a desatarse antes: si el choque de civilizaciones o la lucha entre infierno y cielo.



Fuente: pagina12.com.ar